curiosidades
El otro día me compré unos zapatos. Ya sabéis cómo es esto del trabajo, que exige ciertas indumentarias a las que me cuesta habituarme, como traje de chaqueta, corbata, zapatos fashion de ejecutivo... En fín. Pues me compré unos zapatos de esos, y resulta que me hacían daño. Pero yo solo pensé en huir de la dependienta cuando los compraba. Sin duda ella solo pretendía ser amable, pero no me interesaban ninguno de los múltiples modelos que estaba dispuesta a enseñarme, y tampoco el fondo de su canalillo que se apreciaba en cada uno de sus movimientos recogiendo y dejando zapatos. Y sospecho que toda esa amabilidad no era más que una estrategia para conseguir que me llevara unos horribles botines con punta de vaquero...
Ya con los zapatos puestos, de camino al trabajo, empecé a notar cierta incomodidad que fué resultado de una gran ampolla en el talón al final del día....No podía casi ni andar, así que me veía obligado a dar pasos cortos y cautelosos. Y fue entonces cuando me dí cuenta de algo.
Estaba andando despacio, y no veáis el gusto que da. Me dí cuenta de que gran parte del día lo pasaba andando deprisa de aquí para allá. Y sin embargo en ese momento, andando despacio, mi espíritu descansaba, la paz me serenaba, y una sensación de tremendo placer por las cosas me abarcó de pronto.
Las palomas esperaban la sombra de mis zapatos nuevos para dar un salto de 10 cm (no más) en un confiado movimiento de huida. La avenida respiraba tranquilidad, solo algún chiquillo que otro paseando al perro. El olor a café se escapaba de los bares, invadiendo las aceras, e invitando a disfrutar de un momento de tranquilidad. Y fue entonces cuando escuché la melodía de una guitarra. No veía a nadie, no encontraba la fuente de esa música tranquila, sentida y acompañada de una voz rasgada. De pronto descubrí un túnel que atravesaba por debajo de la calle. Y allí estaba. Un hombre con aspecto sucio y de larga barba blanca. Pasé por su lado, y quise pararme a escuchar, pero fue en ese momento cuando el hombre se detuvo, me miró, y sintiendo invadida su intimidad cogió su litrona, su guitarra, se levantó, y se fue camino de algún lugar donde poder expresar sus penas sin que nadie buscara la gorra para echarle unas monedas.
Y yo me quedé parado, contemplando mis zapatos nuevos. Como un niño que aplasta las flores del jardín con el balón. Como Kwaku fuera de su cuento. Como si toda la armonía hubiera desaparecido cual delicada porcelana al romperse.
Pero está ahí siempre, el encanto de las cosas. Como una luciérnaga en la noche, como un rayo de luz que se cuela por la ventana, como un soplido de viento que ondea las sábanas tendidas.... Siempre ahí. Discreto y escondido esperando que alguien perciba su presencia.
Ya con los zapatos puestos, de camino al trabajo, empecé a notar cierta incomodidad que fué resultado de una gran ampolla en el talón al final del día....No podía casi ni andar, así que me veía obligado a dar pasos cortos y cautelosos. Y fue entonces cuando me dí cuenta de algo.
Estaba andando despacio, y no veáis el gusto que da. Me dí cuenta de que gran parte del día lo pasaba andando deprisa de aquí para allá. Y sin embargo en ese momento, andando despacio, mi espíritu descansaba, la paz me serenaba, y una sensación de tremendo placer por las cosas me abarcó de pronto.
Las palomas esperaban la sombra de mis zapatos nuevos para dar un salto de 10 cm (no más) en un confiado movimiento de huida. La avenida respiraba tranquilidad, solo algún chiquillo que otro paseando al perro. El olor a café se escapaba de los bares, invadiendo las aceras, e invitando a disfrutar de un momento de tranquilidad. Y fue entonces cuando escuché la melodía de una guitarra. No veía a nadie, no encontraba la fuente de esa música tranquila, sentida y acompañada de una voz rasgada. De pronto descubrí un túnel que atravesaba por debajo de la calle. Y allí estaba. Un hombre con aspecto sucio y de larga barba blanca. Pasé por su lado, y quise pararme a escuchar, pero fue en ese momento cuando el hombre se detuvo, me miró, y sintiendo invadida su intimidad cogió su litrona, su guitarra, se levantó, y se fue camino de algún lugar donde poder expresar sus penas sin que nadie buscara la gorra para echarle unas monedas.
Y yo me quedé parado, contemplando mis zapatos nuevos. Como un niño que aplasta las flores del jardín con el balón. Como Kwaku fuera de su cuento. Como si toda la armonía hubiera desaparecido cual delicada porcelana al romperse.
Pero está ahí siempre, el encanto de las cosas. Como una luciérnaga en la noche, como un rayo de luz que se cuela por la ventana, como un soplido de viento que ondea las sábanas tendidas.... Siempre ahí. Discreto y escondido esperando que alguien perciba su presencia.
3 Comments:
esto seria el contrapunto, o lo malo de ser perceptivo no? el percibir como esa porcelana se hace añicos. un saludo
Lo bueno de serlo, por supuesto, es el poder sentir esa porcelana.
Sin duda, tan solo el hecho de poder percibirlo es un gran privilegio. Supongo que el hombre de la guitarra solo actuó en consecuencia de aquellos que carecen de sensibilidad, y que solo se hubieran detenido para mirarle con lástima y compasividad. Y yo en ese momento, con mi traje y mis nuevos zapatos parecería totalmente un perfecto representante del capitalismo. Es una reacción normal. Su reacción hubiera sido distinta de saber que yo solo pretendía admirar su música.
Las cosas bellas son delicadas, y eso es lo que nos condiciona a tener sensibilidad para percibirlas y para tratarlas con total admiración y delicadeza.
En general, la sociedad pasa por encima de todas esas cosas, porque no las ve, no saben apreciarlas. Pero están ahí, son obra de la naturaleza. Por alguna extraña razón hay cosas, como la música, que pueden encantarnos como la flauta a las serpientes. Y de nosotros depende percibir las melodías que nos obnuvilan.
Aunque es cierto que hay cosas, muchas cosas, que rompen cualquier armonía y hieren toda sensibilidad. Solo hay que escapar a nuestro mundo para conseguir nuestro propósito.
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